Alfredo Urdaci / FanFan, 23 de octubre de 2023
Les confieso que este FANFAN que nos acoge nació con la sola pretensión de compartir las cosas buenas de la vida. No nos anima ningún dogmatismo ni afán ideológico. Buscamos la verdad en las cosas pequeñas: sic parvis magna. Lo grande está relacionado con lo pequeño, y a ambos se puede llegar desde el otro lado del camino. Por eso hoy les quiero hablar de este libro pequeño, que nos trae grandes ideas y sugerencias, y lo hace al modo de su autor: son serenidad, con ironía, con sensatez y con sentido común. Invitaciones a la lectura las hay muchas y de muchos colores. Esta de Moreno es persuasiva, y no pretende más que hacernos la vida más buena. Leer es bueno primero porque es entretenido.
Lo cierto es que no hace falta más. La vida con libros es mejor. Leí este pequeño tomo en varios viajes desde la periferia hasta el centro de Madrid. Los capítulos se suceden breves, como el recorrido del tren entre dos estaciones, en las que suben viajeros, algunos con libros, que están viviendo vidas diversas, y que formarán parte de sus recuerdos librescos, que son, «las cosas que hemos imaginado hacer a través de los libros». Dice el autor que lee con más gusto aquellos libros que van de otros libros, y lo mismo sucede con este tomo amable y a la vez valiente, en el que Moreno se atreve a dialogar, a discutir y a contradecir a Octavio Paz, a Vargas Llosa, a Torrente Ballestero a Chesterton.
Y así Moreno aborda en La vida con libros, buena parte de los temas que tienen que ver con el gusto por la literatura: el releer, el sentido y el porqué de los clásicos, la mala prensa que tienen las novelas históricas, el porqué entrar en las vidas de ficción como si fueran nuestras, o las formas de persuadir para la lectura. No desprecia Moreno, y esa es otra de las grandes razones por las que nos gusta su lbiro, lo popular. Y así aborda la figura de Asterix y la de Tintín, junto al Quijote de Cervantes.
Algunos de sus debates tienen especial relevancia. Por ejemplo el que sostiene, en el rectángulo de la página, con Vargas Llosa a cuenta del sentido de la ficción. Afirma Moreno que no leemos para huir de la vida, que el lector «ama la vida tranquila que le permite dedicarse a la lectura. Le gustan las aventuras leídas, pero evita las aventuras de verdad, que le restarían tiempo para leer. La lectura no evade de la vida cotidiana, sino que le da un relieve que sin la imaginación sería plana. La fantasía no es un don demoníaco, y en esto se equivoca Vargas Llosa: es un regalo de los dioses».
Discurre Moreno sobre los autores y los libros, para despreciar por irrelevante la vida privada de los escritores. Se puede ser un necio y escribir una gran obra, se puede ser mala persona como lo era Céline y crear una literatura de una fuerza colosal.«la eficacia del medicamento no tiene ninguna relación con la moral de quien lo inventó». Los lectores que dejan de leer obrfas porque los aufores fueron comunistas, fascistas o machistas, son para Moreno «malos lectores».
En otros capítulos reflexiona sobre la tarea del crítico, o sobre vampiros y fantasmas a cuenta de Frankenstein y otras criaturas de la ficción. Y entra de lleno en la literatura como forma de transmisión de un mensaje, como subordinada a la pedagogía, a la filosofía o a la política. Y derivada de esa función que algunos atribuyen a la ficción, la discusión sobre los peligros de las letras: «nadie se vuelve violento por leer historias violentas porque, como tan cuerdamente apunta Chesterton, la violencia en una historia de aventuras es «la poesía sin la prosa». Quienes ejercen la violencia, añade «más bien sería porque no leyeron un libro en su vida»