Hoyesarte/ 25 de febrero de 2025
Joaquín Torres-García (Montevideo, 1874-1949) es bien conocido por ser el creador del Universalismo constructivo. Al cumplir los sesenta años decidió narrar su trayectoria vital y artística, de forma meticulosa y didáctica, en sus memorias Historia de mi vida, que aparecieron publicadas finalmente en 1939 y que Fórcola Ediciones publica ahora con edición de José Ignacio Abeijón.

En ellas, entre ejercicio memorístico y ensayo literario, el uruguayo da cuenta del mundo que conoció. Fundador de la Escuela del Sur, su arte, entre el Novecentismo y las vanguardias, no fue bien recibido, entendido ni aceptado por la sociedad de su tiempo.
Sin duda, éste es un libro especial en la producción literaria del autor, y una obra de gran importancia dentro su trayectoria, en el que comparte sus impresiones, sus opiniones, la narración personal de sus vivencias y vicisitudes, y de los distintos círculos de amigos que frecuentó en Cataluña, Italia, París, Nueva York, Madrid y Montevideo. Entre las personalidades con las que mantuvo estrecha relación se encuentran Ramón Casas, Gaudí, Picasso y Eugenio d’Ors, dejando patente las profundas raíces españolas de su arte.
La obra se completa con la 500ª conferencia, publicada originalmente en Montevideo en 1940 y desde entonces no vuelta a imprimir, donde defiende incondicionalmente su credo artístico y sin renunciar a ninguno de los puntos del Universalismo constructivo en oposición al naturalismo, y reivindica una vez más una de sus ideas troncales desde los inicios de su carrera en Cataluña: el arte es de su lugar y de su tiempo.
En suma, Historia de mi vida es una obra rica que proporciona una información biográfica enorme, exhaustiva y fiable de la vida y el arte de Torres-García, en la que ofrece un fresco detallado de los movimientos artísticos e intelectuales del primer tercio del siglo XX.

José Ignacio Abeijón, Juan Manuel Bonet y Javier Fórcola en la Cafebrería (Madrid)
Luchador innato
Del decorativismo modernista a la abstracción geométrica, del reflejo subjetivo de la naturaleza a la adoración de las formas mecánicas, la obra de Torres-García resulta amplísima e inclasificable, y quizá por ello extrañamente ignorada por los críticos y las nuevas generaciones de aficionados. Nunca experimentó un reconocimiento internacional como el de sus colegas Picasso, Dalí o Miró, empeñado en una evolución constante que llegó a desconcertar a público y crítica.
Pintor apasionado, viajero contumaz, esforzado escritor y luchador innato, siempre prefirió la compañía de su familia y la fidelidad a su obra antes que la adulación estúpida o la claudicación. Constantemente atento a las complejidades de la época que le tocó vivir, realizó pinturas murales para la Diputación de Barcelona (el actual Palau de la Generalitat), evolucionó hacia una personalísima abstracción e intentó finalmente una síntesis («hallar las formas de la naturaleza en la geometría», como él mismo escribió) que en el fondo es una de las bases del arte contemporáneo. Además de Historia de mi vida, escribió también obras más teóricas, entre ellas La tradición del hombre abstracto (1938) y Universalismo constructivo (1944).